martes, 7 de mayo de 2013


NOTAS

1 Vid., entre otras, las investigaciones realizadas por the OJJDP’s Study Group on Very Young Offenders o la investigación llevada a cabo por Farrington en The Cambridge Studyin Delinquent Development.
2 La traducción del término development plantea ciertas dificultades a la doctrina criminológica española, de ahí que no se haya realizado una traducción uniforme; así Garrido y López (1995) se inclinan por traducirlo como “desarrollo” al hablar de las teorías del desarrollo social (p. 293), mientras que Barberet (1999) prefiere utilizar el término “evolutivo”, cuando hace referencia a la criminología evolutiva (p. 54).
3 Véase Feld (1999, pp. 306-310).
4 Citado por Eddy y Swanson (1998).
5 Hirschi y Gottfredson (1994, pp. 2 y 256) definen el autocontrol como “el rasgo individual que explica las variaciones en la probabilidad de ser atraídos por actos (en los que el autor ignora las consecuencias negativas a largo plazo)”.
6 Con posterioridad Farrington (1992, p. 140) procedió a una mejora de su teoría al incorporar las ideas de la teoría del etiquetado de Lemert (1972).
7 Los aspectos más esenciales de la teoría de Farrington aparecen extractados en Garrido, Stangeland y Redondo (1999, pp. 409-412) y en Vázquez (2003, pp. 112-114).
8 El bullying es una forma de violencia que suele ocurrir en el colegio y en sus alrededores. Bajo este término se engloban tres formas de violencia (Vázquez, 2003): física (mediante golpes, patadas, empujones, escupitajos, etc.), verbal (mediante pullas, insultos, menosprecios, amenazas, etc.), y psicológica (divulgando rumores falsos, intimidando, extorsionando, excluyendo socialmente a alguien, etc.).
9 Vid. OJJDP (2002), Annual Report 2000.
10 Diego (2001) menciona una serie de factores criminógenos activos de tipo social, distinguiendo factores que predisponen (el medio socioeconómico y la familia), factores que precipitan (la escuela y la ocupación del tiempo libre) y factores que arrojan (influencia de los amigos y compromiso con otras formas de conducta delictiva). Junto a ellos, existen unos factores de personalidad (déficits psicológicos) que desencadenan y sostienen la conducta delincuente de los adolescentes.
11 Además de los citados estudios e investigaciones empíricas, en un trabajo de Goldstein (1990), al ser preguntados una serie de delincuentes condenados por las causas que les llevaron al delito, mencionaron un mayor número de veces la familia, seguido de las influencias de los amigos y las drogas, además de la escuela y aspectos comunitarios como la pobreza (citado por Seydlitz y Jenkins, 1998, pp. 53 y 54).
12 Un análisis más detallado de los diferentes factores que se estima que influyen en el delito y/o en el delincuente, puede verse en Vázquez (2003, pp. 121-168).
13 En este sentido, Zimring (1998) va más allá al incluir en la imputabilidad de los menores, junto a la capacidad de comprensión y la capacidad de obrar (entendida como fuerza de voluntad para controlar los impulsos), un tercer elemento consistente en “la capacidad para resistir la presión del grupo de amigos” (p. 78), al entender que es una habilidad social que no está plenamente desarrollada en muchos adolescentes.
14 Pese a que la relación entre delincuencia y consumo de drogas es estadísticamente significativa, a tenor de los resultados aparecidos en los estudios llevados a cabo en Denver, Pittsburgh y Rochester, conviene precisar esta afirmación. En primer lugar, la relación delincuencia-drogas varía según el lugar y el género. En segundo lugar, aunque la relación es fuerte, no se puede asumir que la mayoría de los delincuentes sean consumidores habituales de drogas, ya que de hecho la mayoría de los delincuentes habituales no consumen drogas. En tercer lugar, la naturaleza causal de la relación delincuencia-drogas no está clara. En este sentido, se ha argumentado que las drogas llevan a la delincuencia, que la delincuencia conduce al consumo de drogas, que es una relación falsa o que es recíproca (Huizinga, Loeber, Thornberry y Cothern, 2000).
15 Citado por Wasserman et al. (2003, p. 8).
16 Sobre esta cuestión sumamente debatida como es la preferencia por uno u otro tipo de programas, véase Kumpfer y Alvarado (1998).
17 Una breve exposición y unas interesantes consideraciones sobre la evaluación de estos programas, puede consultarse en Kazdin y Buela-Casal (2001, pp. 103-113).
18 Por término medio, estos programas se realizan en 12 sesiones de una hora de duración, durante tres meses, aunque los casos más difíciles pueden alcanzar las 26 o 30 horas. (Mihalic et al., 2001).
19 El FFT realiza el tratamiento en tres fases: la primera busca el compromiso y participación de los jóvenes y su familia. La segunda fase desarrolla e implementa un plan para cambiar el comportamiento a largo plazo. La tercera fase mantiene los cambios y previene recaídas (Mihalic et al., 2001).
20 La lista de técnicas de tratamiento existentes para prevenir la conducta antisocial es muy extensa. Un cuadro explicativo en el que se menciona expresamente el tipo de tratamiento, el foco de atención y el proceso principal, según estén centrados en el niño, en la familia y en la comunidad, puede verse en Kazdin y Buela-Casal, (2001, pp. 97-103 y tabla 4.1).
21 Otro método para evaluar los programas de prevención puede verse en Sherman et al. (1998), donde desarrollan The Maryland Scale of Scientific Methods, elaborado por el Departamento de Criminología y Justicia Criminal de la Universidad de Maryland.
22 Un metaanálisis sobre programas de educación preescolar realizado por Gilliam y Zigler (2001) les lleva a afirmar que en 1998 sólo 13 de los 33 programas preescolares estatales en curso han completado una evaluación formal del impacto de los programas y sus resultados.
23 El Programa utilizó el Stanford-Binet Intelligence Test (Terman y Merrill, 1960) para evaluar el nivel de inteligencia de los niños, siendo seleccionados para el estudio aquellos cuyo coeficiente intelectual estuviera comprendido en la escala de 70 a 85 (Schweinhart, 2003b).
24 Aquellos que hubieran sido detenidos en cinco o más ocasiones. Parks (2000, p. 2).
26 Wasserman et al. (2000), corroboran estos datos, señalando además los mejores resultados de este programa en comparación con otros basados en una terapia individual (p. 8).

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